domingo, 22 de diciembre de 2013

La peluquería china

Si hay algún lugar donde puedes flipar mucho por poco dinero, es la peluquería china de mi nuevo barrio. Todo empezó porque iba siendo necesario cortarse el pelo y salí a explorar, a ver si encontraba un sitio donde: a) no me clavaran mucho, b) no me hicieran un corte de pelo de señora de 60 años y c) no me hicieran un corte de pelo choni. Estas condiciones descartaban tres de las cuatro peluquerías que había localizado por la zona. En la cuarta no me cogieron, y más tarde me alegré porque descubrí que era de las que hacían cortes de pelo de señora.

Seguí caminando hasta que encontré una peluquería china muy apañada. Al menos era barata y se podía medir por el control de calidad que se aplica en este barrio: las señoras. Si estaban haciéndose la manicura, no podía ser muy cara y seguro que te hacían la pelota. Además, había chicas jóvenes peinándose que no salieron de allí con el mismo pelo que Sofía de Grecia.

A partir de ahí, todo se sucedió muy rápido, porque son la eficiencia personificada. Llegó una mujer que parecía ser La Jefa y me soltó una frase típica de peluquera madrileña: "Hola guapa, ¿qué te vas a hacer?". Cuando me quise dar cuenta, mi cazadora ya estaba colgada de una percha y apareció un chino con dos toallas, un bote con agua y un bote de Pantene que no tenía Pantene, tenía algo que olía a chicle de cereza.

Siguiendo la lógica que he seguido durante muchos años en la peluquería, me dirigí hacia los lavaderos. "No, no, aquí". ¿Aquí dónde? Pues enfrente de un espejo muy grande, donde el chino de los botes me lavó el pelo en seco, masaje de hombros incluido (hasta me deshizo un nudo que tenía en el trapecio). Bueno, es un lavado raro, pero al menos sí que me aclararon en el lavadero.

Todavía un poco desorientada por el champú de chicle de cereza, me devolvieron a la silla frente al espejo enorme y vino La Jefa. Me mira, la miro, nos miramos, y me vuelve a preguntar: "¿Cómo te corto, guapa?". Se lo explico, agarra el peine y las tijeras, me coge un mechón, lo mira y procede a dar su opinión de peluquera experta: "Poco pelo" (hijaputa).

Lo siguiente que me chocó fue que me hiciera caso. Esto no suelen hacerlo las peluqueras tradicionales, a las que normalmente les tienes que pedir la mitad de lo que quieres: si quieres cortarte cuatro dedos, pide dos; si quieres flequillo largo, dile que sólo quieres desfilarte un poco; si no quieres que te echen crema ni sérum, prepárate para entrar en una batalla a muerte por el derecho a decidir qué quieres hacer con tu pelo.

Y así, tan contenta, en menos de media hora y con un corte de pelo actual, acorde a mi edad y económico, me fui a casa y no volví a acordarme de la peluquería china... hasta hace unos días, cuando Hell's Tea me preguntó qué tal era, porque quería cortarse el pelo y peinarse. Por ahorrar tiempo, digamos que vivió el mismo proceso que yo, pero comentando la jugada por wasap, con unas planchas por medio y con El Chino Gayer del Flequillo Teñido en vez de La Jefa.

Esta tarde hemos vuelto, porque abren los domingos, a Hell's Tea le daba una pereza sobrehumana lavarse el pelo con el chorrillo gélido ridículo que sale de la ducha de casa de su suegra y ya habían pasado muchos meses desde mi anterior expedición, por lo que ya iba tocando cortarse otra vez el pelo. Antes de ir, Hell's Tea investigó la peluquería en Google. Al volver a casa hice lo mismo, y el primer resultado que salió en Google fue "Peluquerías chinas con sorpresa - Foro de putas".

Ahora entendemos mejor por qué se pueden permitir esos precios, no sin cierto miedo a que nos cierren la peluquería en una redada y tengamos que buscar al Chino Gayer del Flequillo Teñido por todo Madrid para que vuelva a cortarnos el pelo.

viernes, 20 de diciembre de 2013

2013 letra a letra

Venga, que sé que os encanta esta costumbre que le plagié a Hell's Tea. A ver cuántas trampas tengo que hacer este año para llenar todas las letras.

A: amistad. Entre las madres primerizas, las expatriadas, los que no tienen tiempo, los horarios incompatibles (principalmente el mío) y otras zarandajas, lo cierto es que el contacto virtual pesa más que el contacto físico. Aún así, reconforta mucho saber que siempre habrá alguien al otro lado de la pantalla o del teléfono para atender cualquier crisis (incluida la de los 27, que afortunadamente ya pasó).

B: boda. Este año sólo fue una pero la rodearon taaaantas cosas que es como si hubieran sido siete. Entre la despedida tróspida que nos montamos dos días antes de la boda (con su cúmulo correspondiente de contratiempos), que al día siguiente había que ir a currar y el viaje de ida y vuelta hasta el fin del mundo (65 kilómetros desde Fuenlabrada), creo que aún necesito que el acontecimiento se diluya un poco más en el tiempo para superar la paliza que supuso todo aquello.

C: cocinar. Es algo que siempre me ha dado muchísima pereza. No es que me disguste ni que se me dé mal, simplemente no tengo paciencia para tirarme dos horas preparando algo elaboradísimo mientras me va entrando hambre. Aún así, hago mis experimentos, que no suelen salir mal.

D: dejadez. Pero mucha mucha mucha. Falta de tiempo, cansancio, pereza... lo que sea, pero llevo ya demasiado tiempo teniendo la sensación de que no llego a todo. Así está el blog, como un descampado.

E: entrenar. Concretamente, para la San Silvestre. Es mi objetivo de este año y en unos días veré si lo cumplo.

F: fuerza de voluntad. Reconozco que un poquito más de esto no me vendría mal, principalmente para superar la D.

G: gimnasio. He descubierto actividades maravillosas, como el pilates, el GAP o el core. De no ser por el rato que paso allí todas las mañanas, a estas alturas ya estaría en prisión preventiva por homicidio, posiblemente múltiple.

H: horarios. En la carrera de Periodismo deberían quitar tanta asignatura inútil y poner algo enfocado a la vida laboral, incluyendo una asignatura que te vaya preparando mentalmente para los horarios que vas a tener si algún día consigues encontrar un trabajo en esta noble profesión.

I: Ichabod Crane. La serie de Sleepy Hollow ha sido el mayor descubrimiento del año, al menos para mí. Como ahora tardo menos en llegar a casa, puedo ver series antes de acostarme, y esta es una de las más ayudan a desconectar (sin ser tan estrambótica como el porno vampírico de True Blood).

J: John Watson. No puedo esperar hasta el 2 de enero de 2014 (que será el día en que me la baje) para ver la tercera temporada de Sherlock, ¡la quiero ya!

K: kilos. Este año no me ha tocado ganar, me ha tocado perder. Parece que ya me voy estabilizando, pero el próximo que me diga "estás más delgada" corre peligro de sufrir una agresión grave.

L: lágrimas. Puedo poner fecha exacta a casi todas las veces que he llorado por motivos laborales. No se lo recomiendo a nadie, en serio.

M: mudanza. El acontecimiento del año, sin duda alguna. Mudarse solo es jodido y una casa da un cojón y medio de trabajo, pero yo estoy encantada de la vida. En invierno un poco menos, porque la calefacción es un poco deficitaria en esta casa (por no decir directamente inexistente).

N: noticias. ¿Es cosa mía o este año hemos tenido saturación de acontecimientos? Que si los papeles de Bárcenas, las imputaciones y desimputaciones de la infanta, las corruptelas varias, el descarrilamiento de Santiago, el juicio del Prestige, la 'doctrina Parot', la cantidad de gente conocida que ha muerto... y aún así los periodistas nos las vemos y nos las deseamos para llenar todos los días minutos y portadas. El resumen anual de 2013 va a venir bien cargadito.

O: ortodoncia. Por mí me la quitaría ya, porque yo me veo estupenda y tengo unas ganas tremendas de comerme un chicle, pero mi dentista dice que aguante. Le haremos caso, que ella sabe de esto más que yo.

P: plancha. Fue independizarme, y que la plancha entrara directamente en la lista de cosas que más odio en el mundo. Y, además, en un puesto muy alto. Creo que es la pérdida de tiempo más grande inventada por el ser humano: emplear dos horas en planchar un montón de ropa que sólo vas a poder usar una vez no es nada eficiente.

Q: QuarXPress. Lo que se echa de menos la maquetación en papel (concretamente opciones como el track y el kern) cuando todos los días de tu vida tienes que cuadrar titulares y entradillas en una web. Los medios habrán evolucionado, pero quienes trabajamos en ellos seguimos pensando en papel.

R: reloj. Mi reloj de piloto (lo llamo así porque tiene tres esferas para tres zonas horarias) con una esfera parada, otra adelantada y una raja de arriba abajo en el cristal es una imagen que habla más que mil palabras. Prometo llevarlo a arreglar en cuanto pueda, que será cuando me reconcilie con la gestión diaria del tiempo.

S: salud. Este año he pasado más tiempo del habitual por hospitales y consultas (vamos, que he tenido que ir más veces que la habitual recogida de las recetas de la alergia en primavera), pero ya está todo controlado. A ver qué tal se porta 2014.

T: terraza. Lo mejor de esta casa, sin duda. Bueno, ahora en invierno me sirve para lo mismo que a un pingüino una nevera, pero mientras hace bueno es la leche poder sentarme un rato con mi té a pasar el rato (aunque las vistas se limitan al bloque de enfrente y una calle en la que nunca ocurre nada interesante, excepto las dos veces que han venido a cargar contenedores marítimos).

U: urbanismo. Algo en lo que nadie pensó cuando se construyó el barrio en el que llevo unos meses viviendo.

V: viaje. Este año he cometido la imprudencia de viajar con mis padres al extranjero. Hacía mucho que no viajaba con ellos al mismo sitio y, de pronto, recordé el motivo: mi madre. Ahora va contándole a todo el mundo que Berlín le encantó y que se lo pasó divinamente, pero eso no es lo que yo recuerdo...

W: whatsapp (o wasap). El año pasado era mi padre con su smartphone y la malignidad de los grupos, este año la mención es positiva (bueno, más o menos), porque es la mejor manera de criticar cruelmente cuando te da un 'calentón' y necesitas poner a parir a alguien.

X: Xabi Alonso. No él en persona (que está bastante bien), sino un libro que me regalaron que tiene que ver con él y que es el ejemplo de que ser buena gente a veces tiene su recompensa.

Y: Yo Donna. Una de tantas revistas femeninas que cualquier día al llegar a casa puedo encontrarme bloqueando en buzón. Mi casera tiene por costumbre pasármelas cuando se cansa de ellas y ahí están, acumulándose hasta que tenga una cantidad suficiente para bajar a reciclarlas. No me voy a culturizar, pero al menos salvaré unos cuantos árboles.

Z: zzzzz. Me voy a dormir, que ya he cumplido. Dormir es otra de las muchas cosas que debería hacer más.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Estudio de mercado

Cuando me fui a vivir sola, mi madre sólo parecía tener una única preocupación. ¿Que me resbalara en la ducha, me esnucara y nadie se enterara? No. ¿Quién bajaría a comprarme frenadol a la farmacia si me entraba un gripazo? Tampoco. ¿Que me dejara abierto el gas? Menos. La única preocupación de mi señora madre era la compra.

"¿Y cómo vas a hacer la compra?", me preguntó horrorizada esa mujer a la que llamo mamá. Se me ocurrían tres posibles respuestas:
  1. ¿Ein?
  2. Si conseguí hacer la compra en Alemania, puedo sobrevivir en Madrid (también es cierto que nunca llegué a averiguar en qué pasillo estaba la sal, pero para eso ya había un bote grande en la cocina que decidí que era común).
  3. En el supermercado.
Mi madre, para algunas cosas, es muy de "yo a tu edad" pero para otras parece que se le olvida que soy una persona adulta, con estudios y esas cosas. También se le olvida que en mi barrio hay por lo menos ocho supermercados de cadenas distintas, sin contar el mercado "de toda la vida" y las tiendas de barrio.

De momento, me encuentro inmersa en un proceso de estudio de las posibilidades que ofrece el barrio, que son muchas y muy variadas. Entre los básicos, ya he elegido frutería y en qué supermercado comprar la leche. En otras cosas concretas también tengo favoritos, pero otros productos aún están por definir. Los criterios son: precio, calidad, cercanía y trato.

Por el momento, tengo algunas reflexiones que pueden ser útiles a cualquiera que esté en mi situación:

  • La frutería que está llena de viejas de las que empujan, bloquean el pasillo y se cuelan no suele decepcionar.
  • El té normal del Eroski sabe como el que te sirven en algunos desayunos de prensa y en ciertas compañías aéreas.
  • El té verde con limón del Mercadona tiene cierto parecido con el agua de fregar, pero el Earl Grey es más que aceptable. El rojo también se salva y las infusiones frías debería prohibirlas el Tribunal de Estrasburgo.
  • Las manzanas del Supersol las ha recogido el doctor Zoidberg.
  • Las nueces son caras, da igual cuántos comercios visites para comparar precios.
  • Cola-Cao debería plantearse ampliar la distribución del paquete de 1,2 kilos.1
  • Los yogures de fresa del Supersol llevan un colorante muy chungo que da mucho miedo.
  • Regalo caja casi entera de rollitos de primavera congelados del Lidl. Sólo falta uno.

martes, 22 de octubre de 2013

F

Todo empezó con una foto. Una foto hecha en el trabajo. Más de veinte personas, sólo cinco mujeres. A partir de ahí, se desataron los comentarios de amigos, familiares, compañeros de trabajo... Creo que, hasta entonces, nadie había sido capaz de medir el alcance.

Es entonces cuando te das cuenta de que un cromosoma con una patita de más no implica sólo una letra en el DNI, un letrero en la puerta de un servicio o en qué tienda te compras la ropa. Siempre pensé que, en Europa y el pleno siglo XXI, estas cosas ya no ocurrían, y menos en una profesión hasta arriba de mujeres.

Siempre había estado ahí, en la oficina, pero, hasta el día de la foto, nadie había hecho ningún comentario, más allá de lo obvio y siempre fuera del horario de trabajo y con una cerveza o una copa en la mano. Ese día fue diferente y fue un chico el que rompió el silencio: "vosotras no sois mujeres, sois supervivientes".

Horas después, y ya fuera del trabajo, el mismo compañero se despachó a gusto, aunque simplemente dijo lo que todos teníamos en la cabeza desde hacía ya tiempo. "A Fulanita la echaron porque se conoce que ya había demasiadas mujeres". "Si la becaria, en vez de Menganita, se hubiera llamado Manolo, aún seguiría con nosotros". "Es escandaloso, en las reuniones sólo hay una mujer y además no le dejan hablar".

Los demás, todos chicos, le daban la razón. Y yo, recién salida del trabajo, recordé de golpe todo lo que he visto, oído y vivido durante los dos últimos años: ver cómo el jefe le saca los colores a tu compañera por ir 'mona' a trabajar (o que te saque los colores a ti misma por llevar las uñas pintadas); que no pase nada porque dos compañeros estén de pie hablando de fútbol pero que te devuelvan inmediatamente a tu mesa por ir a pedir o a preguntarle algo a un compañero que necesitas para el trabajo que estás haciendo en ese momento; el mismo jefe, que entra por la puerta y va directo a saludar a los chicos, pasando de largo por tu sitio sin decir ni una sola palabra, día tras día; si estás al teléfono con alguien del trabajo que está fuera de la redacción y necesita algo estás "hablando con tus novios" pero tus compañeros entran y salen durante todo el día con el teléfono en la mano sin que nadie cuestione con quién están hablando.

Es curioso, parece que cuando es otro (en masculino) quien rompe el silencio los argumentos tienen más autoridad.

martes, 15 de octubre de 2013

28 cosas (más una semana)

Los habituales sabréis que cada año publico algo el día de mi cumpleaños. Este año lo haré una semana después. No por nada, simplemente porque cuando tu trabajo es escribir, lo que menos te apetece al llegar a casa es seguir escribiendo. Claro, que así tengo el blog.

Este año, aprovecho el número para hacer una lista de esas que tan bien suelen tirar en Internet. A ver si consigo completar todas (y sin hacer trampas, no como en los ABC anuales).

  1. Nací por cesárea.
  2. Creo que mi madre hubiera preferido un chico.
  3. Me iba a llamar Alba, pero en el último momento mi padre pensó que, con lo bien que hablan algunos familiares de esos que todo el mundo tiene en 'el pueblo', era tentar a la suerte y acabarían llamándome como al papel de cocina.
  4. Después de nacer, mi padre me llevó a hacerme los agujeros para los pendientes sin pedirle permiso a mi madre, que se vengó años después (ver 21).
  5. No tengo hermanos.
  6. Al contrario que la mayoría de los niños, aprendí a hablar antes que a andar.
  7. Con dos años, le llené a mi tía de patitos (o lo que a mí me parecían patitos por aquel entonces) toda una pared hasta mi altura de su casa en la playa.
  8. Tengo recuerdos anteriores a la caída del Muro de Berlín, aunque un poco difusos.
  9. No recuerdo cuándo aprendí a leer.
  10. Mis primeros libros fueron 'Asterix y los colores' y 'El niño descubre'. El segundo no me gustaba.
  11. Mi primer día de cole, mientras esperaba con mi madre, me salió sangre de la nariz. No entiendo por qué, porque ya llevaba un par de años yendo a la guardería.
  12. Me he metido en charcos (con consecuencias catastróficas) al menos tres veces.
  13. Pasé directamente de la serie blanca a la serie naranja de El Barco de Vapor.
  14. Siempre he odiado que me hagan fotos.
  15. Las únicas mascotas que mis padres me dejaron tener eran pájaros. Uno se escapó y otro murió de viejo cuando estaba en bachillerato (yo, al canario nunca lo escolarizamos).
  16. Un desastrosísimo examen de química en secundaria inclinó la balanza en favor de las letras.
  17. Cuando estaba en primero de bachillerato pesaba 42 kilos. Que nadie piense en trastornos alimenticios, es que tuve una bacteria.
  18. Saqué dos sobresalientes en selectividad (un 9 y un 10). En otro examen dejé sin contestar una pregunta y no me pasó nada.
  19. Cuando cumplí 18 años, mis padres encargaron una tarta que decía "Felicidades. Ya puedes votar".
  20. Voté por primera vez en las autonómicas en octubre de 2003, gracias al 'tamayazo".
  21. Mi madre esperó pacientemente a que tuviera 18 años y un piercing en la nariz para echarle en cara a mi padre lo de los agujeros de las orejas (ver 4).
  22. Mi primer trabajo fue envolviendo regalos en una campaña de Navidad. Repetí al año siguiente.
  23. No tuve viaje de fin de carrera.
  24. Aún no he recogido mi título de alemán. Si quisiera hacerlo, tendría que volver a pagar las tasas, porque perdí el recibo y en la Escuela de Idiomas juran y perjuran que no lo tienen.
  25. Tengo una afición un poco preocupante al material de papelería.
  26. Nunca salgo de casa sin reloj, salvo cuando voy al gimnasio.
  27. No sé cuánto peso.
  28. Lo más lejos que he llegado ha sido hasta la Costa Oeste de Estados Unidos.

viernes, 16 de agosto de 2013

Planazo de viernes

¿Qué mejor para un viernes de puente (que no es puente para todo el mundo) que estar tirado en casa? Si especifico que es por enfermedad, la cosa ya cambia. Y si se van sumando pequeñas situaciones desesperantes a lo largo del día, ya ni te cuento.

Efectivamente, me he levantado que no era personal, animal ni cosa. Simplemente, no era. Aclaro que no se debe a nada que hiciera el día anterior. Como no soy de los afortunados que tienen puente, me ha tocado avisar en el trabajo de que no podía ir y que buscaran un apaño (la situación de mi turno daría para otro post, pero hace tiempo que decidí no hablar de trabajo). Parece ser que, en mi ausencia, se ha montado un pequeño "debate" motivado por la credibilidad de mi estado, que ha actuado como detonante y ha prendido la mecha de ciertas rencillas personales. Creo que alguien ha estado a punto de llevarse una hostia de las de mano abierta.

Voy a encender el calentador para, por lo menos, darme una ducha y ver si me sirve para despejarme algo y no prende. Estupendo, con los caseros de vacaciones hasta septiembre. Empieza la odisea telefónica.

Primera llamada: a la empresa responsable de la instalación y su mantenimiento.

Voz enlatada de ONO: El número marcado no se encuentra disponible.

Viendo que esto no va a ninguna parte, llamo a la compañía del gas, a ver qué me cuentan, aunque no tengo mucha fe en que puedan hacer algo por mí. La primera teleoperadora de la compañía del gas me rebota a otro teléfono. Desde el teléfono 2 de la compañía del gas me rebotan a un tercer teléfono. La conversación en el teléfono 3 es (más o menos) la que sigue:

Teleoperadora #3: ¿Me dice a nombre de quién está el contrato?
Yo: Xxxx Xxxxxx Xxxxxxxx
T3: No me sale nada. ¿Seguro que pone ese nombre en el contrato?
Yo: Pues... sí
T3: Pues no me sale nada. ¿Pongo la incidencia a su nombre?
Yo: Vale [¿acaso tengo más opciones?]
T3: Apunte el número de la incidencia y déjeme un teléfono de contacto.
Apunto el número de la incidencia y dejo un teléfono de contacto.

Al rato, me llama un técnico, visiblemente cabreado, diciendo que la avería no es de su negociado (a mí tampoco me parecía que una avería en el calentador pudiera ser cosa de la compañía del gas, pero ellos verán por qué la han tramitado) y que haga el favor de llamar a averías para que retiren la incidencia, que si no le va a estar saltando la incidencia todo el día. Llamo otra vez y lo coge la misma teleoperadora.

T3: ¿Me dice el número de la incidencia?
Yo: Tal
T3: Pues no me sale nada
Yo: Espere, se lo repito...
T3: Nada, no sale nada. ¿Seguro que es ese número?
Yo: Pues... sí
T3: Pues no me sale nada. Le habremos dado mal el número.

Vuelvo a probar con el número que no se encontraba disponible. Marco, no da tono y salen ruidos como de si me hubieran pinchado el teléfono. Escucho claramente a un señor que le pide a otro una bolsa. Decido aplicar una solución de alta tecnología: apago el teléfono y vuelvo a encenderlo. Vuelven a salir los ruidos de teléfono pinchado. Al cuarto intento ya dejo de oír psicofonías y me coge el teléfono una señorita que me dice que ellos no hacen reparaciones (aunque en el contrato, del año 2 a.C. pone que sí) y me da el número de la compañía del gas. Le explico que ya he probado y no ha habido resultado. Extrañada, me da el número del fabricante del calentador. Si quiere le paso al técnico enfurecido y que se lo explique tan bien y con tanto tacto como me lo ha explicado a mí.

Pruebo suerte con el fabricante del calentador y me contesta la típica grabación que te pide que, por favor, te mantengas a la espera porque todos sus agentes están ocupados. Tres minutos después, una señorita apunta mi número y un teléfono de contacto y me dice que ya me llamarán ellos, que ahora no tienen a nadie que pueda atenderme (¿?). Obviamente, no me llaman.

Siguiente paso: llamar a los dueños de la casa y joderles un poco las vacaciones. Esto tampoco ha dado frutos y sólo me ha servido para salir a la calle en mi lamentable estado, con un calor del copón, para ver que el sitio al que me han mandado está cerrado por vacaciones hasta el lunes. El calentador no podía aguantar dos días más. Por lo menos estaba cerca y la excursión no ha durado ni diez minutos. Esa era la segunda opción que me han dado; la primera ha sido llamar a mi padre, que, además de ser empleado de banca (profesión superútil para arreglar un calentador, como todo el mundo sabe) está de puente, como la gente normal.

Un poquito hasta las narices y con mucho peor cuerpo que antes de la excursión (Madrid en agosto está para pocos paseos), he vuelto a llamar al servicio técnico del calentador. Esta vez ha habido más suerte y parece que no todos los agentes estaban ocupados. Con la tontería, ya es la una y algo de la tarde, así que tendré suerte si vuelven a contactar conmigo a lo largo del día... pero no.

Invocando a la ley de Murphy (y dado que el calentador no tiene botón de reinicio ni se puede apagar y volver a encender), he decidido jugármelo todo a una carta: fregar los platos y ducharme con agua fría y tratar de encender el calentador más tarde (por aquello de que las cosas tienen vida propia y funcionan cuando ya no las necesitas).  Pues nada, se conoce que hasta el tal Murphy está de puente.

jueves, 4 de julio de 2013

Vacaciones en la Costa Marrón

¿Os habéis dado cuenta de que no he publicado ni un solo post desde que empecé mi vida de independizada? Yo sí. Estaréis todos pensando que, desde entonces, mi vida es apasionante y un no parar de soirées y otro tipo de eventos sociales cargados de glamour y pirámides de Ferrero Rocher (pero de verdad, no de poliespán, como las que ponen en el Alcampo en la campaña de Navidad), monóculos, vestidos de cóctel y cuartetos de cuerda.

Nada más lejos de la realidad, porque si algo soy es el paradigma del mileurismo. Mi vida transcurre tranquilamente de casa al trabajo y del trabajo a casa, con alguna escapada mañanera al gimnasio, sobre todo desde que me he aficionado al pilates. Eso sí, con horarios menos criminales, que eso de vivir más cerca se tenía que notar de alguna manera. Los ratos libres que me quedan entre tanto desenfreno los utilizo, además de para hacer pilates añorando una flexibilidad que nunca tuve ni tendré y descargar series ilegalmente, para limpiar. Mi madre cree que me he convertido en una limpiadora compulsiva, calificativo que, viniendo precisamente de ella, debería preocuparme.

Pero ahora estoy de vacaciones y, con ese espíritu viajero que tanto me caracteriza, he decidido aparcar la aspiradora (que compré hace dos días tras una odisea un tanto exasperante) y venirme de vacaciones a esa zona tan pintoresca de Madrid que es la Costa Marrón. Vamos, que ahora mismo estoy en casa de mis padres, gorroneando piscina y aire acondicionado (con su consentimiento, puntualizo).

Pues sí, sé que he rebajado un poco (bastante) mis exigencias, pero este año ya crucé la frontera en marzo (a Baviera, lugar sobre el que puedo asegurar que todo lo que os digan es cierto, para bien y para mal) y la volveré a cruzar en septiembre, arrastrando conmigo a mis padres, que sólo han salido de España para comprar toallas en Portugal y quizá alguna vez hayan cruzado a Andorra y al Pirineo francés en sus tiempos mozos.

Y con estos cuatro párrafos mal tirados, ya he cumplido. Como dice mi amiga tocaya, después de todo el día escribiendo en el trabajo, lo que menos apetece es continuar escribiendo.

domingo, 28 de abril de 2013

Ikea, sucursal del infierno

Madre no hay más que una pero a mí a veces me sobra. Siempre digo que una madre es esa mujer que te da la vida y luego se la va cobrando en cómodos plazos. Cuando eres pequeño, hace cosas como disfrazarte de animal de granja o enseñarles a sus amigas fotos de las que te avergonzarás cuando tengas uso de razón y edad para votar. Cuando eres mayor, consigue que un recorrido por Ikea, ya de por sí tortuoso y lleno de inesperados y aterradores obstáculos, no tenga nada que envidiar a la magnitud de La Odisea.

Ingenuamente pensé que podría planear mi mudanza y todo saldría según el plan. Yo también parezco nueva: ¿desde cuándo las cosas salen como se planean? Fui con los deberes hechos, miré lo que necesitaba en el catálogo online, apunté las referencias y precios de los productos escogidos en una hoja de cálculo de excel y agrupé las compras por los lugares donde debía ir para optimizar el tiempo. Pero claro, en el excel no conté con mi querida madre.

Mi madre tiene una cualidad que es a la vez virtud y defecto: le gusta todo. Esto me asegura que siempre acertaré con los regalos pero también me asegura que llevarla a cualquier lugar con tiendas supone una dilatación impredecible de la variable tiempo. A las 12.30 estaba llegando a Ikea. Para explicar cómo fue la visita, creo que es mejor romper mi privacidad y transcribir una conversación por wasap con Hell's Tea, coprotagonista de la mudanza cruzada:

(12:30) Sólo es coger la mesa y dos cosas más en Ikea. Estamos aparcando.
(13:52) Espero salir pronto del Ikea.
(13:56) Voy en cuanto encuentre a mi madre. La he perdido en la planta de las chuminadas. [sí, tardé casi hora y media en completar el recorrido por la exposición sin necesitar nada de allí]
(14:22) He abandonado a mi madre en el Ikea de Xxxxxxxx.
(14:23) Joder con tu madre
(14:29) Mierda, me ha encontrado.
(14:43) Ya estamos fuera.

Aparte de la fauna habitual del Ikea un sábado por la mañana (señoras como mi madre que se quedan paradas en un pasillo fascinadas con cualquier trasto mientras sus maridos ponen cara de resignación, familias que van a soltar a los niños por los miles de metros cuadrados que tiene aquello para que no den por culo, modernillos comprando lámparas imposibles, malenis comprando vajillas rosas y moldes para repostería, parejas que comienza su inminente convivencia discutiendo por el estampado de una funda nórdica, gente aburrida que pasaba por allí y se quedó atrapada por no seguir las flechas ni conocer los atajos...), me encontré con otros contratiempos, como el mostrador de la entrada donde hacen la tarjeta Ikea Family (reconozco que acabé haciéndomela y hasta le saqué provecho) y una mesa de oferta que no era la que había mirado pero que nos entretetuvo a mi padre y a mí el tiempo suficiente como para que mi madre nos alcanzara. Menos mal que nunca me han mandado a una guerra, porque en mi tropa habría muchas bajas y llegaría al final de las operaciones yo sola después de dejar a todos los demás abandonados por el camino.

Ya que estaba (y que no estoy dispuesta perder más horas de mi vida en volver a pasar por semejante via crucis), me di cuenta de que allí tienen otras muchas cosas que necesitaba y en las que no había reparado, así que las tres cosas que tenía anotadas en mi lista se multiplicaron y mutaron alarmantemente. Esa mesa barata, apañada y, principalmente, fácil de montar que vi en Internet se transformó en una mesa de otro material, color y medidas que estaba de oferta con la tarjeta Ikea Family (habrá que aprovecharla), que no es ni de lejos tan fácil de montar y que le había gustado a mi padre, que me retuvo en la sección de mesas hasta que cedí a cargar con una mesa extensible. El argumento principal era "si va gente a casa la abres". Claro, pero pero el argumento con otros objetos era "con esto te sobra, si vas a estar sola".

También acabé echando a la bolsita amarilla un sacacorchos, una tabla de planchar, una caja de herramientas, una bolsa de Ikea y otros objetos que nunca en mi vida me había planteado que hubiera que comprar, simplemente han estado allí siempre al abrir el cajón oportuno y nadie recordaba cuándo, cómo ni por qué habían entrado en nuestra casa ni en nuestras vidas.

Después de meter en el coche (grande, alto, con maletero amplio y dos de los tres asientos traseros abatidos) el mamotreto de mesa escogida por mi querido padre (y rebajada con mi tarjeta Ikea Family), ver que no cabía, volverla a meter y darle unos cuantos empujones para poder cerrar el portón, la dejé en la todavía casa de Hell's Tea y salí de allí con ganas de no volver a ver una nave azul con letras amarillas en una buena temporada. Ni por todas las galletas suecas del mundo.

viernes, 26 de abril de 2013

Consejos para tu primera mudanza

El proceso de independencia está durando más de la cuenta. O más de que lo preveían mis cuentas. Hay un factor que no vi venir: mis padres. ¿Síndrome del nido vacío? No, que son cabezones como ellos solos y me están volviendo loca.

Aún lejos de ver el fin de la mudanza, aquí van mis consejos para independizarte sin acabar en las urgencias psiquiátricas:

1.- No te organices. Al final siempre llegará algo o alguien que fastidiará tu planificación. ¿Para qué molestarte en perder tiempo planificando si luego acabarás haciendo lo mismo que si no lo hubieras hecho? Mi trabajo funciona con esta misma premisa y al final no nos ha ido tan... da igual.

2.- Emborráchate. Si no te toca conducir para llevar cosas, tómate un lingotazo antes de empezar, así te dará igual todo. Así de paso contribuyes a vaciar el mueble bar y tienes menos cosas que llevarte. ¡Son todo ventajas! Hay tantas cosas que pueden salir mal en una mudanza que ya va siendo hora de que asumas que van a salir mal, por lo menos, la mitad. También es aconsejable beber antes de entrar en Ikea (esa trampa mortal), sobre todo si vas acompañado de alguien que no va a vivir en la nueva casa pero irremediablemente va a opinar como si le fuera la vida en ello (en efecto, estoy hablando de mi madre).

3.- No filtres. Llega un momento en que tu cerebro no distingue lo que quieres/debes llevarte de lo que debes dejar o tirar. Lo más fácil es no hacer filtro. Tira todo lo que no tenga un uso determinado (como la propaganda del chino de la esquina, que ya no vas a vivir más en ese barrio) y el resto, a la caja. Ya harás filtro cuando lo estés colocando y se te haya pasado la enajenación mental. También puedes recurrir al consejo 2 para hacer la fase de empaquetado más llevadera.

4.- Rechaza todas las proposiciones de ayuda que no incluyan un coche grande o una furgoneta. Más personas que transportar son más trayectos para llevar las mismas cosas. Se trata de hacer que sea rápido e indoloro, no lento y doloroso. Aunque inevitablemente acabará siendo lento y doloroso y lo sabes. Vuelvo a remitirte, querido lector, al consejo 2.

5.- Tapones para los oídos. Tú póntelos y asiente a todo, que ya harás lo que te dé la gana cuando te instales y tengas que enfrentarte a las cajas.

domingo, 21 de abril de 2013

Mudanza cruzada y cambios varios

Si me sigues por RSS, seguramente esto te la repampinfla, pero he cambiado el diseño del blog. Si tienes curiosidad por saber cómo ha quedado pero te da pereza entrar, te diré que la nueva plantilla bien podría llamarse "tu amigo el cupcake", porque me ha quedado un poco maleni. Qué quieres, había que actualizarse un poco, que mi plantilla hecha a mano picando html laboriosamente se estaba quedando ya un poco desactualizada y cada vez se alejaba más de las nuevas tendencias. En mi defensa diré que, para ser maleni del todo, le falta un slide en el lateral con fotos de Instagram y una sección de repostería, cosas que no van a ocurrir porque: a) no tengo Instagram y b) no sé hacer repostería.

Como llevaba sin publicar desde enero, se me acumula la información, no he sabido dosificar los cambios y ya me he lanzado a por un nuevo diseño y una nueva cabecera, así todo a la vez. Que yo cuando hago las cosas, las hago. Y una nueva vida, o algo así. Resulta que, por fin, me independizo (para los de RSS: lo pone en la cabecera). Si viviera en Francia o Alemania, sería preocupante que hubiera estado viviendo en casa de mis padres (salvo momentos puntuales) hasta los veintisiete años y medio que tengo ahora. Pero estamos en España, con lo que contribuiré gustosamente a bajar la media de edad.

La pregunta del millón (del millón de veces que me la han hecho) es "¿con quién?". Pues yo sola, que a los 27 una ya tiene manías y no está para jugar a la ruleta rusa de los compañeros de piso. Bastante suerte tuve en Berlín, a pesar de la casera estresada en trámites de separación, de su hijo negro aficionado a poner música muy alta (y muy mala, todo sea dicho) cuando su madre no estaba en casa y del diseñador web que vivía al fondo del pasillo y nunca salía cuando creía que había alguien en casa.

Bueno, a lo mejor me estoy adelantando, porque aún estoy a vueltas con la lista de lo que me hace falta y en proceso de meter cosas en cajas y bolsas para llevármelas, que sigo en la que a partir del mismísimo 1 de mayo será "la casa de mis padres". De momento estoy inmersa en una mudanza cruzada con Hell's Tea y su marío, que se trasladan y pensaron que su casera podría quererme como inquilina (eso es porque no ha visto mi escritorio). El término "mudanza cruzada" lo he consensuado con Hell's Tea y marío, y además es un asunto que hay que tomarse muy en serio, porque ha pringado a tanta gente que ya afecta a varias comunidades autónomas y se ha expandido a más viviendas que las de origen y destino implicadas en la historia.

Os preguntaréis cómo funciona una mudanza cruzada. Muy siemple: te vas a un lugar en el que hay gente viviendo y que te va a dar el relevo de un día para otro, por lo que quien sale tiene que sacar todo a toda hostia y quien entra tiene que llevar todo lo más tarde posible para no dar por culo. Un estrés, vamos. La mudanza cruzada tiene la propiedad de tenerte empantanado más tiempo que una mudanza normal, porque hay que hacer todo por fases y prepararlo con anticipación para poder concluir la operación con éxito. Si no, que se lo digan al cuarto de estar de mis padres:


Eso es como menos de la mitad (aún tengo que sacar toda la ropa de un armario de tres puertas, más un caballete de pintura). Dan ganas de alquilar un camión contenedor y echar todo a capón desde la terraza.

sábado, 26 de enero de 2013

"Qué caro es ser chica"

El autor de esta gran frase es mi amigo P, que el jueves tuvo el dudoso honor de entrar conmigo en una tienda de cosméticos. P, que fue mi compañero de beca hace muchos años, cuando ambos trabajábamos en uno de los grandes medios de comunicación de este país, descubrió algo que muchos ya sabíamos: que hay otro mundo, un mundo de mujeres estupendas que van siempre hechas un pincel, perfectamente vestidas, depiladas y maquilladas y que saben andar con tacones de doce centímetros sin parecer defectuosas.

Lógicamente, yo no pertenezco a ese mundo. La naturaleza decidió equiparme con otros dones menos aparentes y aquí estoy, que he aprendido el significado de conceptos fashion como "clutch" o "cuello halter" gracias a los pies de foto de las alfombras rojas (ahora me diréis que ninguno de vosotros ha entrado en una fotogalería de alfombra roja a criticar a Helena Bonham Carter).

Algunas veces, ese 'mundo cuqui' se cruza con el mundo en el que vivimos las chicas que vamos con vaqueros asquerosos y los mortales comunes y se muestra en forma de tienda de cosméticos o de prenda mona colgada en la percha de un Zara de esa que dices "¿pero a alguien le valdrá esto?". Pues no sólo hay a quien le queda bien la dichosa prenda, hay quien se la compra sin probársela y no la tiene que devolver.

Pero eso, como ya he dicho, es otro mundo. Otro mundo en el que decidí entrar el otro día en su forma más colorida: la tienda de cosméticos. Como llevo una temporada con cara de muerta, decidí que podía ser un buen momento para probar las famosas cremas BB, que no tienen nada que ver con Research In Motion y, por lo que cuentan por ahí, deben de ser la rehostia. Bueno, las BB caras serán la rehostia, poque la mía, de 8,9 euros el bote, te disimula la cara de muerta y no pidas más. Para las que no vivimos en el 'mundo cuqui', es más que de sobra. Yo ya sé editar mis fotos en Photoshop si necesito pasar mona a la posteridad (y lo hago más de lo que parece, amigos, lo que pasa es que tengo suficiente autocontrol para no caer en el Photoshop Disaster).

Mientras yo intentaba escoger una crema (a veces es más difícil que elegir yogur), P se iba paseando entre los productos y las dependientas 'cuquis' que miraban mal preguntando todo tipo de cosas: "¿esto qué es?", "¿esto para qué sirve?", "¿por qué hay tantos colores?" (esto no se por qué lo pregunta, si es diseñador gráfico, pero él sabrá), "¿pero esto se lo echa alguien?", "¿por qué han hecho un pintalabios color 'pene de perro'?" (juro que esta última pregunta es real)...

Según iba avanzando en este nuevo mundo, su cabeza iba sumando los importes de los productos básicos (es decir, de los que podía identificar) y finalmente llegó a la gran conclusión: "Jo, Lauri, qué caro es ser chica". Un poco sí, la verdad: 13,90 € por la BB y un pintalabios "rojo hipster" (a juego con mis gafas de pasta y mis camisetas de rayas). Lo peor de todo es que, para cómo está el mercado, no estaba tan mal de precio. P va a tener razón: ser chica es caro. No quiero pensar lo que gastarán cada mes las estupendas para ir así de estupendas.

martes, 8 de enero de 2013

Propósitos para 2013

¿Sabéis las listas de propósitos esas que nunca se cumplen? Pues voy a hacer una. Intentaré ser realista, lo que significa poner cosas que debería cumplir en vez de cosas que me gustaría cumplir. Allá vamos:
  1. Terminar de ver A dos metros bajo tierra (actualmente en la segunda temporada), Boardwalk Empire (aún en el segundo capítulo de la primera), American Horror Story (a mitad de la primera) y El ala oeste (acabando la segunda).
  2. Acabar de una puta vez la colección completa de Sherlock Holmes y el libro que compré este verano sobre la construcción y caída del muro de Berlín.
  3. No descuidar los idiomas (excepto el ruso, que ya lo di por perdido hace tiempo; ese se puede dejar como está).
  4. Ser menos perezosa y menos dejada.
  5. Preocuparme menos (en general).
  6. Continuar con la rutina mañanera de gimnasio-piscina, obviamente interrumpida por las navidades.
  7. Entrenar y correr la San Silvestre, ya que mi inscripción en la última quedó frustrada por motivos laborales. Carrera popular, nada de competir contra profesionales.
  8. Tener vida fuera del trabajo.
  9. Publicar de una puta vez en este blog el viaje a Nueva York que hice con Laura en septiembre.
  10. Actualizar los blogs más a menudo. De momento he actualizado la lista de blogs amiguetes, que ya es un gran paso.
  11. Dedicar más tiempo a hacer cosas que me gustan.
  12. Ver y devolver de una puta vez las pelis prestadas que tengo desde hace ni se sabe, que ya me da vergüenza.
  13. Cumplir, al menos, la mitad de los propósitos anteriores.