jueves, 29 de marzo de 2012

Impossible is nothing

Ayer probé una ruta alternativa para ir a trabajar. Cuando vives en el extrarradio y trabajas más allá de la puerta de Tanhäuser, cualquier opción que te quite transbordos es bien recibida. Después de una exhaustiva investigación con el satélite de Google Maps, he encontrado una estación de Cercanías muy cerca de mi trabajo que supone dos transbordos menos. El problema es que esa estación sólo está abierta hacia un lado y es el contrario al que tengo que ir todos los días. Haciendo caso omiso de las indicaciones del "cómo llegar" a pie del mismísimo Google, que me decía que ni de coña, encontré un camino de la estación al trabajo.

Punto número uno: si Google dice "por ahí no, gilipollas", haz caso a Google, que sabe de lo que habla. Lo primero que me he encontrado es que la calle por la que se supone que tenía que bajar está cerrada al tráfico porque forma parte de las instalaciones de Renfe, así que he tenido que dar algo más de vuelta de lo previsto. No pasa nada, un pequeño contratiempo lo tiene cualquiera.

El resto del camino tampoco es que fuera especialmente bucólico pero era soportable. La tapia de campo de concentración que separaba las vías del tren de la calle desierta no es para tanto a plena luz del día. El problema ha llegado cuando he visto por dónde hay que cruzar al otro lado de la vía. Lo que en el satélite de Google parecía "un ratillo" se ha convertido en un cacho túnel. Bueno, se ve el fondo, así que vamos pa' dentro.

Después de andar un poco, aquello se ha empezado a poner siniestro. Por no haber no había ni bichos. Llamadme rara pero, cuando un espacio angosto y no muy limpio no huele a rancio ni tiene bichos, es sospechoso. Bueno, ya debo de ir por la mitad, ¿no? Pues no, casi no he avanzado. A tomar por culo, yo me voy de aquí.

Uno de mis compañeros vive en el mismo barrio y es el que me ayudó a encontrar la ruta alternativa, así que no creo que haya problema por llamarle para que venga a buscarme.

Tres "Buzón Movistar", después, consigo que coja el teléfono.

Compañero - Hola, ¿qué pasa?
Laura - Xxxx, ¿dónde estás?
C - En casa de mi madre.
L - Mierda...
C- ¿Qué pasa?
L - No, nada. ¿Recuerdas el túnel que vimos en Google Maps? Pues yo por ahí no cruzo.
C- ¿Por? ¿Cómo es?
L - Esto... ¿has estado alguna vez en un campo de concentración?
C - Sí.
L - Pues es como visitar un campo de concentración.
C - Bueno, no te preocupes, vamos hablando si tienes miedo.
L - No tengo miedo, es que no me da la gana cruzar esto.

Por otra parte, tampoco hay otra manera de llegar al trabajo llegados a este punto, así que...

Laura - Bueno, vale.

Un rato después...

Laura - Oh, mierda.
Compañero - ¿Qué pasa?
L - Nada, que el techo se refleja en el suelo y no me he traído las Hunter.
C - Pues justo hoy me ha llegado una nota de prensa de Hunter...
L - Ah, mira, por aquí se puede cruzar [pasar de todo siempre es más elegante que decir "¿y a mí qué coño me importa la nota de prensa de Hunter? ¡Quiero llegar a la oficina!"]

Un rato después...

Laura - Puff, por fin he salido de aquí. Le voy a hacer una foto para que veas lo que he tenido que cruzar.

Toma foto:


Ya en la oficina, nos ha dado por calcular la longitud del túnel.

Compañero - Tendría unos 700 metros.
Laura - No exageres, que no he estado tanto tiempo andando.
C - Yo creo que sí, que tenía cerca de un kilómetro.
L - A ver, tenemos la escala en el mapa. Tres dedos míos son 50 metros, así que son cinco... diez... quince... veinte... veinticinco... treinta... treinta y cinco ¡350 metros!

Lo dicho, "un ratillo".

domingo, 25 de marzo de 2012

Frase de la semana

Ya que estoy recuperando la costumbre de escribir en el blog, voy a recuperar también la sección Frase de la semana, que hace meses que no recibe contenido nuevo. Ahora sólo tengo que recuperar la costumbre de escribir en el otro blog, el serio, que mis lectores van a pensar que me he creído aquello de que el nuevo Gobierno iba a acabar con el desempleo y por eso no actualizo.

La frase de esta semana corresponde a mi profesora de ruski. No es tan carismática como la anterior pero tiene sus momentos, como éste:
"Mejor no vamos a traducir "te echo de menos". ¿Qué es esto? Te-echo-de-menos: te tiro... pero no muy lejos."

Cualquiera que se haya enfrentado a un idioma extranjero conoce las aberraciones que pueden nacer de las traducciones literales (sin necesidad de caer en el "from lost to the river"). Estas cosas dan que pensar. Para mí, por ejemplo, que siempre he creído que el idioma define la mentalidad, este "te tiro... pero no muy lejos" no dice nada bueno de los hispanohablantes. Claro, que en inglés, directamente, deciden perderte ("I miss you").

Yo no sé qué es peor, que te pierdan o que te tiren "pero no muy lejos".

Bonus track

De la misma profe y en la misma clase:
"En Inglaterra no quedan mujeres guapas porque las quemó todas la Inquisición"

jueves, 22 de marzo de 2012

Manual de instrucciones

Muchas veces digo que la vida debería venir con un manual de instrucciones. Que te lo den al llegar a la madurez, le echas un vistacillo y en caso de duda consultas cómo proceder según la situación. A los bocazas nos vendría muy bien, sinceramente, y la humanidad en general se ahorraría unos cuantos disgustos.

Por ejemplo, en el terreno laboral (porque como entremos en otros jardines no acabamos nunca), ¿qué vocabulario hay que usar delante de un jefe? ¿Depende de la personalidad del jefe, de cuánto tiempo lleves en la empresa, del propio vocabulario que usa el jefe o da lo mismo? ¿Qué tipo de vivencias es adecuado contarles a los compañeros en la hora del café? ¿Todo lo que diga podrá ser utilizado en mi contra, aunque no tenga que ver con el trabajo?

Eso por parte del trabajador, que es la que me toca, aunque he visto algunas situaciones que hacen pensar que hay mercado para un manual de instrucciones para jefes. Ahí van algunos consejos basados en la experiencia real.

Consejo número 1: siempre hay alguien mirando (y no siempre es a propósito)

En la empresa en la que trabajo actualmente, los jefes tienen despachos con paredes de cristal. Eso, unido a que nunca cierran la puerta, hace que la privacidad sea casi nula dentro de la oficina. Tal como colocaron las mesas, uno de estos despachos me pilla justo de frente. Lo bueno es que tengo a uno de los jefes localizado en todo momento; lo malo, que veo demasiadas cosas.

Un día, una compañera estaba en mi mesa ayudándome con algo. De fondo se podía oir un "clic" a intervalos al que yo no di la menor importancia pero mi compañera levantó la vista de la pantalla y se quedó completamente bloqueada.

Compañera - Laura...
Laura - Dime
C - Esto... ¿[nombre que corresponda] se está cortando las uñas?
L - Ah, sí. No es la primera vez.

Y he de añadir que alguna vez le he visto incluso cortarse las uñas mientras sujetaba el teléfono con el hombro. En su defensa diré que siempre las recoge en un papel y luego lo tira a la papelera.

Consejo número 2: los cartelitos de "Hi, my name is..." son prácticos (y a veces hasta hacen gracia)

No volveré a contar aquello que pasó cuando mi compañero de mi época de becaria hizo la broma con estos cartelitos porque esa anécdota la tengo muy usada (lo siento por quien no la recuerde/conozca) pero he vuelto a pensar en la conveniencia de utilizarlos. La incapacidad de algunas personas para recordar los nombres de las personas con las que trabajan es preocupante.

El caso más flagrante es el de uno de los jefes que voy coleccionando en mi vida laboral, que siendo dos Lauras le costó varios meses recordar cómo nos llamamos. Y eso que las posibilidades de colocoarle a una el nombre de la otra y fallar eran nulas. Luego consiguió el complicado logro de recordar el que posiblemente sea el segundo nombre más común de España entre las mujeres de mi edad y, no contento con eso, se le ocurrió la genial idea de aconsejarme que les pidiera a mis padres un segundo nombre, para diferenciarnos. Claro que sí, hombre, yo se lo digo a mi madre cuando llegue a casa.

Consejo número 3: tampoco hay que pasarse

A todo el mundo se le hace más llevadero el día si tiene un jefe agradable pero tampoco hay que pasarse. Contar batallitas amenas está bien y además entretiene pero hay otras muchas cosas que podrían estar de más, como estos ejemplos (recopilados a lo largo de varios años y sin ordenar cronológicamente para que no se me acuse de nada):

- "Pues podríamos ir un día todos juntos a jugar al paintball". No, no es buena idea, lo siento. Todos querrían ir en el mismo equipo porque todo el mundo quiere experimentar lo que es pegarle un tiro al jefe. Más de uno estará acordándose ahora mismo de la partida de paintball de 'Buenos presagios'.
- "Pues entre la acusada y la jueza, no veas qué pibitas, que lo hemos visto antes en el telediario. ¿Verdad Laura?". Vaya por dios, ¿y yo ahora qué hago? ¿Paso del jefe? ¿Le doy la razón?
- "¿Tú te acuerdas de los muñecos estos que había hace unos años que se agarraban la minga?". Sí, a mí también se me quedó esa cara al oir la pregunta.
- "Anda, mira, copa gratis en [insertar nombre de club de alterne]. ¡Con lo caras que son!". Mejor pararle antes de que empiece a enumerar todas las tarifas.


El que saque el libro de instrucciones del mercado laboral se forra.